Miles de personas, comprensiblemente afectadas por este atentado, han circulado mensajes en francés diciendo “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), como si este mensaje fuera el último grito en la defensa de la libertad.
Pues bien, yo no soy Charlie. No me identifico con la representación degradante y “caricaturesca” que hace del mundo islámico, en plena época de la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, con toda la carga racista y colonialista que esto conlleva. No puedo ver con buena cara esa constante agresión simbólica que tiene como contrapartida una agresión física y real, mediante los bombardeos y ocupaciones militares a países pertenecientes a este horizonte cultural.
Tampoco puedo ver con buenos ojos estas caricaturas y sus textos ofensivos, cuando los árabes son uno de los sectores más marginados, empobrecidos y explotados de la sociedad francesa, que han recibido históricamente un trato brutal: no se me olvida que en el metro de París, a comienzos de los ‘60, la policía masacró a palos a 200 argelinos por demandar el fin de la ocupación francesa de su país, que ya había dejado un saldo estimado de un millón de “incivilizados” árabes muertos.
No se trata de inocentes caricaturas hechas por libre pensadores, sino que se trata de mensajes, producidos desde los medios de comunicación de masas (si, aunque pose de alternativo Charlie Hebdo pertenece a los medios de masas), cargados de estereotipos y odios, que refuerzan un discurso que entiende a los árabes como bárbaros a los cuales hay que contener, desarraigar, controlar, reprimir, oprimir y exterminar. Mensajes cuyo propósito implícito es justificar las invasiones a países del Oriente Medio así como las múltiples intervenciones y bombardeos que desde Occidente se orquestan en la defensa del nuevo reparto imperial.
El actor español Willy Toledo decía, en una declaración polémica -por apenas evidenciar lo obvio-, que “Occidente mata todos los días. Sin ruido”. Y eso es lo que Charlie y su humor negro ocultan bajo la forma de la sátira. No me olvido de la carátula del N°1099 de Charlie Hebdo, en la cual se trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura militar, que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada que dice algo así como “Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las balas”. La caricatura era la de un hombre musulmán acribillado, mientras trataba de protegerse con el Corán. Habrá a quien le parezca esto gracioso. También, en su época, colonos ingleses en Tierra del Fuego creían que era gracioso posar en fotografías junto a los indígenas que habian “cazado”, con amplias sonrisas, carabina en mano, y con el pie encima del cadáver sanguinolento aún caliente. En vez de graciosa, esa caricatura me parece violenta y colonial, un abuso de la tan ficticia como manoseada libertad de prensa occidental. ¿Qué ocurriría si yo hiciera ahora una revista cuya portada tuviera el siguiente lema: “Matanza en París. Charlie Hebdo es una mierda: no detiene las balas” e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut acribillado con una copia de la revista en sus manos? Claro que sería un escándalo: la vida de un francés es sagrada. La de un egipcio (o la de un palestino, iraquí, sirio, etc.) es material “humorístico”. Por eso no soy Charlie, pues para mí la vida de cada uno de esos egipcios acribillados es tan sagrada como la de cualquiera de esos caricaturistas hoy asesinados.
Ya sabemos que viene de aquí para allá: habrá discursos de defender la libertad de prensa por parte de los mismos países que en 1999 dieron la bendición al bombardeo de la OTAN, en Belgrado, de la estación de TV pública serbia por llamarla “el ministerio de mentiras”; que callaron cuando Israel bombardeó en Beirut la estación de TV Al-Manar en el 2006; que callan los asesinatos de periodistas críticos colombianos y palestinos.
Luego de la hermosa retórica pro-libertad, vendrá la acción liberticida: más macartismo dizque “anti-terrorismo”, más intervenciones coloniales, más restricciones a esas “garantías democráticas” en vías de extinción, y por supuesto, más racismo. Europa se consume en una espiral de odio xenófobo, de islamofobia, de anti-semitismo (los palestinos son semitas, de hecho) y este ambiente se hace cada vez más irrespirable. Los musulmanes ya son los judíos en la Europa del siglo XXI, y los partidos neo-nazis se están haciendo nuevamente respetables 80 años después gracias a este repugnante sentimiento. Por todo esto, pese a la repulsión que me causan los ataques de París, Je ne suis pas Charlie.
El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes.
La respuesta no puede ser simple porque son múltiples los factores que se amalgamaron para producir tan infame masacre. Descartemos de antemano la hipótesis de que fue la obra de un comando de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidió aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam y también de otras confesiones religiosas. Que son fanáticos no cabe ninguna duda. Creyentes ultraortodoxos abundan en muchas partes, sobre todo en Estados Unidos e Israel. Pero, ¿cómo llegaron los de París al extremo de cometer un acto tan execrable y cobarde como el que estamos comentando? Se impone distinguir los elementos que actuaron como precipitantes o desencadenantes –por ejemplo, las caricaturas publicadas por el Charlie Hebdo, blasfemas para la fe del Islam- de las causas estructurales o de larga duración que se encuentran en la base de una conducta tan aberrante. En otras palabras, es preciso ir más allá del acontecimiento, por doloroso que sea, y bucear en sus determinantes más profundos.
A partir de esta premisa metodológica hay un factor que merece especial consideración. Nuestra hipótesis es que lo sucedido es un lúgubre síntoma de lo que ha sido la política de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Es el resultado paradojal –pero previsible, para quienes están atentos al movimiento dialéctico de la historia- del apoyo que la Casa Blanca le brindó al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética a Afganistán en Diciembre de 1979, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era combinar la guerra de guerrillas librada por los mujaidines con la estigmatización de la Unión Soviética por su ateísmo, convirtiéndola así en una sacrílega excrecencia que debía ser eliminada de la faz de la tierra. En términos concretos esto se tradujo en un apoyo militar, político y económico a los supuestos “combatientes por la libertad” y en la exaltación del fundamentalismo islamista del talibán que, entre otras cosas, veía la incorporación de las niñas a las escuelas afganas dispuesta por el gobierno prosoviético de Kabul como una intolerable apostasía. Al Qaeda y Osama bin Laden son hijos de esta política. En esos aciagos años de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, la CIA era dirigida por William Casey, un católico ultramontano, caballero de la Orden de Malta cuyo celo religioso y su visceral anticomunismo le hicieron creer que, aparte de las armas, el fomento de la religiosidad popular en Afganistán sería lo que acabaría con el sacrílego “imperio del mal” que desde Moscú extendía sus tentáculos sobre el Asia Central. Y la política seguida por Washington fue esa: potenciar el fervor islamista, sin medir sus predecibles consecuencias a mediano plazo.
Horrorizado por la monstruosidad del genio que se le escapó de la botella y produjo los confusos atentados del 11 de Septiembre (confusos porque las dudas acerca de la autoría del hecho son muchas más que las certidumbres) Washington proclamó una nueva doctrina de seguridad nacional: la “guerra infinita” o la “guerra contra el terrorismo”, que convirtió a las tres cuartas partes de la humanidad en una tenebrosa conspiración de terroristas (o cómplices de ellos) enloquecidos por su afán de destruir a Estados Unidos y el “modo americano de vida” y estimuló el surgimiento de una corriente mundial de la “islamofobia”. Tan vaga y laxa ha sido la definición oficial del terrorismo que en la práctica este y el Islam pasaron a ser sinónimos, y el sayo le cabe a quienquiera que sea un crítico del imperialismo norteamericano. Para calmar a la opinión pública, aterrorizada ante los atentados, los asesores de la Casa Blanca recurrieron al viejo método de buscar un chivo expiatorio, alguien a quien culpar, como a Lee Oswald, el inverosímil asesino de John F. Kennedy. George W. Bush lo encontró en la figura de un antiguo aliado, Saddam Hussein, que había sido encumbrado a la jefatura del estado en Irak para guerrear contra Irán luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979, privando a la Casa Blanca de uno de sus más valiosos peones regionales. Hussein, como Gadaffi años después, pensó que habiendo prestado sus servicios al imperio tendría las manos libres para actuar a voluntad en su entorno geográfico inmediato. Se equivocó al creer que Washington lo recompensaría tolerando la anexión de Kuwait a Irak, ignorando que tal cosa era inaceptable en función de los proyectos estadounidenses en la región. El castigo fue brutal: la primera Guerra del Golfo (Agosto 1990-Febrero 1991), un bloqueo de más de diez años que aniquiló a más de un millón de personas (la mayoría niños) y un país destrozado. Contando con la complicidad de la dirigencia política y la prensa “libre, objetiva e independiente” dentro y fuera de Estados Unidos la Casa Blanca montó una patraña ridícula e increíble por la cual se acusaba a Hussein de poseer armas de destrucción masiva y de haber forjado una alianza con su archienemigo, Osama bin Laden, para atacar a los Estados Unidos. Ni tenía esas armas, cosa que era archisabida; ni podía aliarse con un fanático sunita como el jefe de Al Qaeda, siendo él un ecléctico en cuestiones religiosas y jefe de un estado laico.
Impertérrito ante estas realidades, en Marzo del 2003 George W. Bush dio inicio a la campaña militar para escarmentar a Hussein: invade el país, destruye sus fabulosos tesoros culturales y lo poco que quedaba en pie luego de años de bloqueo, depone a sus autoridades, monta un simulacro de juicio donde a Hussein lo sentencian a la pena capital y muere en la horca. Pero la ocupación norteamericana, que dura ocho años, no logra estabilizar económica y políticamente al país, acosada por la tenaz resistencia de los patriotas iraquíes. Cuando las tropas de Estados Unidos se retiran se comprueba su humillante derrota: el gobierno queda en manos de los chiítas, aliados del enemigo público número uno de Washington en la región, Irán, e irreconciliablemente enfrentados con la otra principal rama del Islam, los sunitas. A los efectos de disimular el fracaso de la guerra y debilitar a una Bagdad si no enemiga por lo menos inamistosa -y, de paso, controlar el avispero iraquí- la Casa Blanca no tuvo mejor idea que replicar la política seguida en Afganistán en los años ochentas: fomentar el fundamentalismo sunita y atizar la hoguera de los clivajes religiosos y las guerras sectarias dentro del turbulento mundo del Islam. Para ello contó con la activa colaboración de las reaccionarias monarquías del Golfo, y muy especialmente de la troglodita teocracia de Arabia Saudita, enemiga mortal de los chiítas y, por lo tanto, de Irán, Siria y de los gobernantes chiítas de Irak.
Claro está que el objetivo global de la política estadounidense y, por extensión, de sus clientes europeos, no se limita tan sólo a Irak o Siria. Es de más largo aliento pues procura concretar el rediseño del mapa de Medio Oriente mediante la desmembración de los países artificialmente creados por las potencias triunfantes luego de las dos guerras mundiales. La balcanización de la región dejaría un archipiélago de sectas, milicias, tribus y clanes que, por su desunión y rivalidades mutuas no podrían ofrecer resistencia alguna al principal designio de “humanitario” Occidente: apoderarse de las riquezas petroleras de la región. El caso de Libia luego de la destrucción del régimen de Gadaffi lo prueba con elocuencia y anticipó la fragmentación territorial en curso en Siria e Irak, para nombrar los casos más importantes. Ese es el verdadero, casi único, objetivo: desmembrar a los países y quedarse con el petróleo de Medio Oriente. ¿Promoción de la democracia, los derechos humanos, la libertad, la tolerancia? Esos son cuentos de niños, o para consumo de los espíritus neocolonizados y de la prensa títere del imperio para disimular lo inconfesable: el saqueo petrolero.
El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y financieramente por Estados Unidos y sus aliados, a poco andar los fundamentalistas sunitas exaltados como “combatientes por la libertad” y utilizados como fuerzas mercenarias para desestabilizar a Siria hicieron lo que en su tiempo Maquiavelo profetizó que harían todos los mercenarios: independizarse de sus mandantes, como antes lo hicieran Al Qaeda y bin Laden, y dar vida a un proyecto propio: el Estado Islámico. Llevados a Siria para montar desde afuera una infame “guerra civil” urdida desde Washington para producir el anhelado “cambio de régimen” en ese país, los fanáticos terminaron ocupando parte del territorio sirio, se apropiaron de un sector de Irak, pusieron en funcionamiento los campos petroleros de esa zona y en connivencia con las multinacionales del sector y los bancos occidentales se dedican a vender el petróleo robado a precio vil y convertirse en la guerrilla más adinerada del planeta, con ingresos estimados de 2.000 millones de dólares anuales para financiar sus crímenes en cualquier país del mundo. Para dar muestras de su fervor religioso las milicias jihadistas degüellan, decapitan y asesinan infieles a diestra y siniestra, no importa si musulmanes de otra secta, cristianos, judíos o agnósticos, árabes o no, todo en abierta profanación de los valores del Islam. Al haber avivado las llamas del sectarismo religioso era cuestión de tiempo que la violencia desatada por esa estúpida y criminal política de Occidente tocara las puertas de Europa o Estados Unidos. Ahora fue en París, pero ya antes Madrid y Londres habían cosechado de manos de los ardientes islamistas lo que sus propios gobernantes habían sembrado inescrupulosamente.
De lo anterior se desprende con claridad cuál es la génesis oculta de la tragedia del Charlie Hebdo. Quienes fogonearon el radicalismo sectario mal podrían ahora sorprenderse y mucho menos proclamar su falta de responsabilidad por lo ocurrido, como si el asesinato de los periodistas parisinos no tuviera relación alguna con sus políticas. Sus pupilos de antaño responden con las armas y los argumentos que les fueron inescrupulosamente cedidos desde los años de Reagan hasta hoy. Más tarde, los horrores perpetrados durante la ocupación norteamericana en Irak los endurecieron e inflamaron su celo religioso. Otro tanto ocurrió con las diversas formas de “terrorismo de estado” que las democracias capitalistas practicaron, o condonaron, en el mundo árabe: las torturas, vejaciones y humillaciones cometidas en Abu Ghraib, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA; las matanzas consumadas en Libia y en Egipto; el indiscriminado asesinato que a diario cometen los drones estadounidenses en Pakistán y Afganistán, en donde sólo dos de cada cien víctimas alcanzadas por sus misiles son terroristas; el “ejemplarizador” linchamiento de Gadaffi (cuya noticia provocó la repugnante carcajada de Hillary Clinton); el interminable genocidio al que son periódicamente sometidos los palestinos por Israel, con la anuencia y la protección de Estados Unidos y los gobiernos europeos, crímenes, todos estos, de lesa humanidad que sin embargo no conmueven la supuesta conciencia democrática y humanista de Occidente. Repetimos: nada, absolutamente nada, justifica el crimen cometido contra el semanario parisino. Pero como recomendaba Spinoza hay que comprender las causas que hicieron que los jihadistas decidieran pagarle a Occidente con su misma sangrienta moneda. Nos provoca náuseas tener que narrar tanta inmoralidad e hipocresía de parte de los portavoces de gobiernos supuestamente democráticos que no son otra cosa que sórdidas plutocracias. Hubo quienes, en Estados Unidos y Europa, condenaron lo ocurrido con los colegas de Charlie Hebdo por ser, además, un atentado a la libertad de expresión. Efectivamente, una masacre como esa lo es, y en grado sumo. Pero carecen de autoridad moral quienes condenan lo ocurrido en París y nada dicen acerca de la absoluta falta de libertad de expresión en Arabia Saudita, en donde la prensa, la radio, la televisión, la Internet y cualquier medio de comunicación está sometido a una durísima censura. Hipocresía descarada también de quienes ahora se rasgan las vestiduras pero no hicieron absolutamente nada para detener el genocidio perpetrado por Israel hace pocos meses en Gaza. Claro, Israel es uno de los nuestros dirán entre sí y, además, dos mil palestinos, varios centenares de ellos niños, no valen lo mismo que la vida de doce franceses. La cara oculta de la hipocresía es el más desenfrenado racismo.
¿Por qué
EE.UU., Gran Bretaña, Francia e Israel odian tanto a Siria?
Adrian Salbuchi
Una discreta y gentil
muchacha siria que está viviendo la tragedia de su país explica todo el
problema con infinitamente más sentido común, veracidad y honestidad que los
poderosos Gobiernos occidentales y su prensa
En un breve video en inglés de apenas nueve minutos, ella explica las
"ocho razones por las que el nuevo orden mundial odia a Siria".
Haremos bien en prestarle mucha atención…
Ese breve
mensaje se desarrolla como una suerte de 'Manual del Sentido
Común' que explica las razones por las que Estados Unidos de Norteamérica, el
Reino Unido, la Unión Europea (especialmente Francia) e Israel se muestran tan
decididos a destruir Siria, un país cuyos líderes rehúsan a arrodillarse antes
los Dueños del Poder Global profundamente enquistados dentro de las estructuras
de poder públicas (los Gobiernos) y privadas (el mundo corporativo y bancario)
de los países occidentales.
Ella describe estas ocho razones de manera sucinta y convincente,
dándonos a todos mucho para pensar y evaluar. Particularmente, a los pueblos
estadounidense, británico, europeo y judío, que son las únicas poblaciones que
pueden ejercer la necesaria presión directa sobre sus gobernantes elegidos en
Washington, Londres, París, Tel Aviv y otras capitales occidentales. Ellos
deben obligarlos a dejar de comportarse como criminales globales fuera de
control, y empezar a escuchar la voz de sus respectivos pueblos de una manera
responsable y democrática.
Ochos razones por las que el Nuevo Orden Mundial odia a Siria
1)El Banco Central de Siria sirve al pueblo y no a los
banqueros. En otras palabras, Siria tiene un banco central que
administra su propia moneda de manera que sirva al pueblo sirio y no a los
megabanqueros globales controlados por el entorno Rothschild operando desde sus
guaridas en Nueva York, Londres, Frankfurt, Tel Aviv, Basilea y París.
Esto significa que el volumen de moneda que emite está correctamente
sincronizado con las verdaderas necesidades de la economía real del trabajo, la
producción, los servicios y todo aquello que resulta útil para la vida de los
sirios, en lugar de operar subordinado a los deseos de un conjunto de
financistas extranjeros parasitarios, usureros y especuladores. Estos exigen
controlar a los bancos centrales del mundo para poder así limitar
artificialmente el volumen de moneda disponible para sus genuinas necesidades
de la economía real, especialmente el crédito sin interés para financiar cosas
útiles: plantas de energía, autopistas, redes de gas, viviendas, empresas
privadas e innumerables otras iniciativas lícitas.
Los megabanqueros exigen así obligar a todo actor productivo –sea
público o privado– a tener que recurrir forzosamente a sus préstamos con sus
mortales componentes de interés compuesto usurario. Así inician la cadena
mortal de deuda eterna que no puede hacer más que crecer, crecer y crecer, tal
como lo atestiguan las 'crisis de deuda soberana' que golpean a país tras país
a lo largo de las últimas décadas. En todos los casos, esas deudas criminales
que aplastan a los pueblos fueron generadas en connivencia con los gobernantes
de turno, que cumplen la función de desgobernar como 'pagadores seriales'
siempre al servicio de los megabanqueros.
Al limitar artificialmente el volumen de 'dinero público' sin interés emitido por sus
bancos centrales, se obliga a las naciones a tener que recurrir al 'dinero
privado' (créditos bancarios) con sus intereses usurarios, manejado por los
Rothschild, Rockefeller, Warburg, Goldman Sachs, HSBC, CitiCorp y JP Morgan
Chase.
Claramente, una muy buena razón para que los banqueros parasitarios
exijan la destrucción de Siria.
2)Siria no mantiene deudas con el FMI (Fondo Monetario
Internacional). Ello significa que los líderes sirios entienden
perfectamente que el FMI –un ente multilateral público constituido por sus
Estados miembro– es controlado por los banqueros globales operando como sus
auditores y policía recaudadora cada vez que alguno de sus miembros más débiles
cae en el pozo de no poder pagar sus 'deudas soberanas'; o sea, cuando países
endeudados llegan al punto en el que no pueden extraer más dinero de sus
economías reales del trabajo, producción y esfuerzo de sus pueblos, siempre
para entregárselo a los megabanqueros globales.
En cierta forma, la verdadera función del FMI consiste en operar como
'agencia recaudadora de impuestos' de los Dueños del Poder Global –su 'AFIP' o
'IRS', por así decirlo– solo que, en lugar de cobrarle impuestos directamente a
las personas, lo hace a través de Gobiernos títeres que succionan el producto
del pueblo trabajador para entregárselo a los banqueros.
¿Se empieza a comprender cuáles son las verdaderas raíces de las 'crisis
de deuda' que sistemática y recurrentemente golpean a Grecia, Chipre, Irlanda,
Argentina, España, Brasil, Indonesia, Italia, Portugal, México, EE.UU., Reino
Unido, Francia…?
Cuesta imaginar un modelo de esclavitud planetaria más diabólico.
El Islam rechaza el interés sobre el dinero y el mecanismo de préstamo
fraccional bancario, por considerarlos inmorales y antisociales. Este concepto
rigió en la Libia de Muammar Gadafi; y hoy en Siria e Irán.
Claramente, una muy buena razón para que los megabanqueros parasitarios
exijan la destrucción de Siria, tal como exigieron la destrucción de Libia y
ahora apuntan contra Irán.
3)Siria ha prohibido las semillas y alimentos genéticamente
modificados (GM). El presidente sirio, Bashar al Assad, los prohibió
"para preservar la salud humana", comprendiendo que empresas como
Monsanto se proponen controlar la provisión de alimentos en todo el mundo,
sabiendo que las venideras crisis globales no serán tan solo del petróleo sino
también de la capacidad de los Gobiernos para alimentar a sus poblaciones.
Por eso, luego de invadir a Irak, EE.UU. dio la orden que sus granjeros
solo utilizaran semillas patentadas de Monsanto. Claramente, una muy buena
razón para que Monsanto exija la destrucción de Siria.
4)La población siria está muy bien informada acerca del nuevo orden
mundial. Sus multimedios locales y círculos académicos debaten en
forma abierta la influencia excesiva que los Dueños del Poder Global detentan
sobre los Gobiernos del mundo. Entienden cabalmente que en Occidente el
verdadero poder no está ni en la Casa Blanca, ni en 10 de Downing Street, ni en
el Congreso o Parlamento, sino en una compleja y ponderosa red de bancos de
cerebros ('think-tanks') conducidos por el neoyorquino Consejo de Relaciones
Exteriores, la Conferencia Bilderberg, la Comisión Trilateral, la Americas
Society, el Foro Económico Mundial y el londinense Instituto Real para las
Relaciones Internacionales. Estos a su vez interactúan estrechamente con los
megabancos, los multimedios globales, las principales universidades, las
fuerzas armadas, las grandes multinacionales y todo el mundo corporativo
supranacional.
Como lo explica esta muchacha siria, los ciudadanos sirios también osan
hablar abiertamente acerca de la influencia ilegítima de sociedades secretas
como la francmasonería y la logia Skull & Bones de la Universidad Yale, que
cuenta entre sus miembros a poderosos personajes como el presidente George W.
Bush y el actual secretario de Estado, John Kerry.
Claramente, una muy buena razón para que estos mismos poderosos le
exijan a su empleado Obama que destruya a Siria.
5)Siria dispone de importantes reservas de petróleo y gas. ¡Otra
vez el petróleo! Cada vez que las potencias occidentales van a la guerra para
"proteger la libertad, los derechos humanos y la democracia", siempre
nos topamos con el olor nauseabundo del petróleo, sea en Irak, Libia, Kuwait,
islas Malvinas, Afganistán…
Siria dispone de importantes reservas de petróleo y gas en su territorio
y costas afuera en el mar Mediterráneo, y colabora con Irán en la construcción
de un enorme oleoducto sin la participación de las grandes petroleras
occidentales.
Claramente, la militarización de toda la producción del petróleo, sus zonas de
reservas y sus vías de acceso para 'llevárselo a casa' –esté donde esté–
conforma una geoestrategia prioritaria conjunta anglonorteamericana.
Claramente, una muy buena razón para que BP, Exxon, Royal Dutch Shell,
Texaco, Total, Repsol y Chevron exijan la destrucción de Siria.
6)Siria se opone al sionismo y a Israel de una manera clara e
inequívoca. Como potencia ocupadora militar en Palestina, Israel
practica el 'apartheid' racista sobre los palestinos. Los líderes sirios no
tienen pelos en la lengua, llamando a las cosas por su nombre: Israel es un
Estado racista, imperialista y genocida, señalando entre tantos ejemplos el
muro del oprobio que levantaron los israelíes encerrando a toda Palestina en lo
que solo puede describirse como un gigantesco campo de concentración donde se
maltrata, asesina y humilla a los palestinos. ¡Israel administra un auténtico
Auschwitz en Oriente Medio!
Esta misma visión preclara era compartida por el libio Gaddafi y el
iraquí Saddam, y hoy también lo es por los líderes de Irán, China, Rusia y la
India.
Claramente, una muy buena razón para que grupos de choque político como
AIPAC (Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos), el Congreso Mundial
Judío, la ADL (Liga Antidifamación), el Likud, Kadima y el dúo
Netanyahu-Lieberman exijan al unísono la destrucción de Siria.
7)Siria es uno de los últimos estados seculares en Oriente Medio,
mientras que los supremacistas judeosionistas –al igual que sus cristianos renacidos 'bushianos' y sus fanáticos
proponentes de "Israel primero" en EE.UU. y Occidente– necesitan que
todos los pueblos obedezcan la supuesta "voluntad de Yahweh", un
oscuro demiurgo que tiene su 'pueblo elegido'.
La orden implícita de los Dueños del Poder Global es clara:todos deben aceptar una supuesta
superioridad israelí, mientras que nuestra muchacha siria señala que jamás
pudieron imponerle a Siria semejante barbaridad, como jamás pudieron convencer
al Irak de Saddam, a la Libia de Gaddafi, y por supuesto tampoco al Irán de los
ayatolás.
Ella explica que en Siria "preguntarle a alguien sobre su religión
es de mala educación", ya que Siria ha sido tierra fértil en la que
crecieron las principales religiones del mundo a lo largo de milenios, lo que
ha enseñado a los sirios a ser discretos, tolerantes y respetuosos con todos
los credos.
Esto no lo respetan los reinos de ricos jeques árabes prooccidentales,
ni la paranoia antiislámica que reina en EE.UU., Gran Bretaña y la Unión
Europea, donde se ha llegado asancionar legislación que impone las más desfachatadas mentiras culturales,
políticas e históricas según lo exigen sus propios fanáticos religiosos que
insisten en que su dios solo acepta una única clase de holocausto.
Claramente, una muy buena razón para que los fanáticos neoconservadores
y su policía del pensamiento salida del '1984' de Orwell exijan la destrucción
de Siria.
8)Siria conserva y protege con orgullo su identidad nacional política
y cultural. La muchacha siria enfatiza la voluntad de su pueblo de
"proteger su individualidad" al tiempo que respeta la de los demás.
Los artífices del venidero Gobierno Mundial simplemente odian a quienes se
opongan a la estandarización que imponen en el pensamiento, el comportamiento y
los 'valores'. Un mundo donde la dictadura de las grandes marcas occidentales, sus
'shoppings', modas y estilos "hacen que todos los lugares del mundo se
parezcan, lo que nos lleva a un mundo muy aburrido".
Hoy en día, el pensamiento 'revolucionario' occidental ha quedado
limitado a elegir entre Coca y Pepsi.
Claramente, una muy buena razón para que Coca, Pepsi, McDonald’s, Levis,
Lauder, Planet Hollywood y Burger King exijan la destrucción de Siria.
El mensaje de esta muchacha siria concluye recordando al mundo que "si Siria cae, bien podría ser la batalla decisiva que conduzca a
la victoria del Nuevo Orden Mundial", agregando que hoy "Siria es el frente de batalla contra el Nuevo Orden Mundial".
Sabias palabras de una joven que comprende el fracaso estrepitoso de la
clase política de las potencias occidentales que solo parece haber logrado
poner a todo el mundo patas para arriba, envenenando a Gobiernos y estructuras
de poder privadas, sea en Washington, Nueva York, Londres y París, o en Berlín,
Roma, Bogotá, Madrid, Tokio, Seúl, Ámsterdam o Riad.
Si a veces la industria del 'entretenimiento' de Hollywood ha de
servirnos de guía que refleje los rincones más oscuros de la psiquis enferma de
los Dueños del Poder Global, podríamos decir que los gobernantes occidentales
están actuando el drama hollywoodense de aquella famosa película, 'El planeta
de los simios'.
En la misma Hollywood imagina un mundo en el que una horrorosa e
infernal inversión genética encumbra a ignorantes y destructivos animales –los
simios– en el poder mundial, al tiempo que nobles y derrotados seres humanos
son esclavizados y arrojados dentro de jaulas.
¿Será esta la metáfora que mejor describe la agresión irracional de
Estados Unidos contra Siria?
Las ocho razones descriptas conforman una buena guía que nos permitirá
recuperar a nuestras naciones, para volver a colocarlas en el camino recto y
correcto, arrancándolas de las garras de los dueños de este mundo, que
claramente hoy están totalmente fuera de control.
Más allá de que seamos americanos, europeos, árabes, musulmanes,
cristianos, judíos, budistas, hindúes o sintoístas, ha llegado la hora de los
pueblos.
Ha llegado la hora en que los pueblos hagan tronar sus voces en las
calles y plazas de nuestras ciudades, demandando que los Gobiernos
'democráticamente' elegidos en todo Occidente dejen de hacer las locuras que
hacen y empiecen a hacer lo que los pueblos demandan de ellos.
Nuestra joven amiga siria innegablemente nos ha dado un ejemplo a
seguir.
Adrian Salbuchi para RT