Un kosmos simbólico: introducción a la astrología arquetipal (II/IV)
Desde fines del siglo XX, la perspectiva psicológica de la astrología que iniciara Jung fue desarrollada, refinada y sistematizada por sus continuadores, constituyendo hoy en día la visión predominante y más sofisticada de la práctica astrológica. Richard Tarnas le dio el nombre de astrología arquetipal
Por: Christian Bronstein - 02/07/2015 a las 00:07:29
Oh, hombre, conócete a ti mismo,
y conocerás al universo y a los dioses.
Inscripción en el umbral del Oráculo de Delfos
II. De la astrología tradicional a la astrología arquetipal
Probablemente la concepción tradicional
más sofisticada de la astrología haya tenido lugar en el sur de Francia y
España, dentro del esoterismo judío, aproximadamente en el siglo XII.
La tradición esotérica de la Kabbalah surgió como una síntesis
coherente de otras múltiples tradiciones: el pitagorismo, el hermetismo,
el neoplatonismo y, principalmente, la propia astrología. Tal síntesis
del conocimiento esotérico de la antigüedad se expresó en la Kabbalah en
un glifo llamado Árbol de la Vida. Dentro de este, 10 esferas (siete de
ellas asociadas a los siete “planetas” tradicionales) llamadas sephiroth
representan a las 10 fuerzas, principios o arquetipos cósmicos
centrales de la existencia, tanto a nivel macrocósmico como
microcósmico.
La
virtud de este esquema fue no solo relacionar estos principios cósmicos
y crear a partir de estas relaciones un sistema filosófico-místico de
varias aplicaciones prácticas, sino reconocer las múltiples
manifestaciones de estos principios en el Kosmos. El Árbol de la Vida
puede concebirse, así, como un gran fichero simbólico que vincula estos
principios arquetípicos con diversos aspectos de la existencia:
panteones mitológicos, colores, metales, notas musicales, plantas,
perfumes, sustancias, virtudes y vicios, así como otros tipos de
símbolos, creando un gran sistema de correspondencias arquetípicas.
Hablando, pues, en
general, clasificamos a los dioses y diosas de todos los panteones
paganos en los 10 casilleros de los 10 Sephiroth Sagrados, apoyándonos
principalmente en sus asociaciones astrológicas para guiarnos, porque la
astrología es un solo lenguaje universal, pues todas las personas ven
los mismos planetas (…) Todas las diosas de las mieses se refieren a
Malkuth, y todas las diosas lunares a Yesod. Los dioses de la guerra y
los dioses destructivos, o los demonios divinos, se refieren a Geburah, y
las diosas del amor a Netzach… (Dion Fortune, La cábala mística, 1935)
Asimismo, en la filosofía de la
Kabbalah, cada uno de estos 10 principios se manifiesta en distintas
formas en los 4 mundos que integran la existencia, desde lo más elevado,
sutil e inconcebible hasta lo más denso, solido y mundano.
La tarea de reinterpretar la tradición
astrológica a partir de una dimensión simbólica moderna fue iniciada a
principios del siglo XX por el médico y psiquiatra suizo Carl Gustav
Jung. El gran aporte de Jung fue ni más ni menos que la introducción de
la psicología del inconsciente en la interpretación astrológica
tradicional.
En su exploración y cartografía de la
psique humana (empezando por la suya propia), Jung halló que bajo el
inconsciente personal popularizado por Freud existe un estrato más
hondo, que constituye la estructura invisible de la conciencia humana:
lo inconsciente colectivo. En este nivel, descubrió Jung, todas las
manifestaciones simbólicas de las diversas culturas se hallan conectadas
por una serie de modelos básicos, estructuras fundamentales, patrones
de sentido recurrentes, modalidades típicas de aprehensión o ideas
primordiales. Recuperando la tradición platónica, Jung los denominó arquetipos.[1] Los
arquetipos como tales resultan irrepresentables, pero su existencia se
expresa simbólicamente en la imaginería de nuestras fantasías y nuestros
sueños, en manifestaciones emocionales o sintomáticas, en el arte, en
nuestras formas de conducta y nuestras preferencias, así como en nuestra
forma de evaluar y percibir el mundo, incluyendo “posiciones éticas,
reacciones instintivas, modos de pensamiento y habla” (James Hillman, Re-imaginar la psicología, 1999).
Dotado de una erudición que iba más allá
de las limitaciones de su época, Jung encontró la universalidad de
estos arquetipos en expresiones culturales de los más diversos ámbitos y
disciplinas: mitología, religión, filosofía, así como numerosos
sistemas simbólicos de distintas tradiciones esotéricas, tanto de
Occidente como de Oriente. La astrología fue uno de estos sistemas. En
palabras del propio Jung, “la astrología representa la suma de todo el
conocimiento psicológico de la antigüedad”.
Originalmente Jung concibió todo el
sistema simbólico de la astrología (los planetas, el zodiaco y los
cuatro elementos) como una proyección de los pueblos de su inconsciente
colectivo sobre el cielo abierto. El vasto manto estelar y sus múltiples
mutaciones habría sido, por así decir, el primer test de Rorschach:
La oscura psique es
como un cielo interior sembrado de estrellas, cuyos planetas y
constelaciones representan los arquetipos en toda su luminosidad y
numinosidad. El firmamento es, en efecto, el libro abierto de la
proyección cósmica, el reflejo de los mitologemas, es decir, de los
arquetipos. En esta concepción se dan la mano la astrología y la
alquimia, las dos antiguas representantes de la psicología de lo
inconsciente colectivo. (Carl Gustav Jung, Arquetipos e Inconsciente Colectivo, 1955)
Tal concepción, en lugar de invalidar la
idea de una relación real entre los fenómenos astronómicos y los
procesos internos de la psique, sugiere la concepción de una aprehensión
intuitiva de los pueblos ancestrales del principio hermético de
correspondencia: “como es arriba, es abajo.”
La astrología interesaba poderosamente a
Jung no solo porque su estructura simbólica resultaba completamente
coincidente con su modelo del inconsciente colectivo, sino por el valor
que encontraba en ella en la propia práctica terapéutica. Con
frecuencia, Jung solía utilizar la carta natal (el “mapa estelar” del
momento de nacimiento de las personas) para comprender mejor la
psicología de sus pacientes, especialmente en los casos que resultaban
más oscuros a la pura hermenéutica psicoanalítica. En una entrevista
para una revista astrológica francesa afirmó que “con considerable
seguridad puede esperarse que una situación psicológica dada, bien
definida, se acompañe de análoga configuración astrológica. La
astrología consiste en configuraciones simbólicas del inconsciente
colectivo…” (1954).
Por otra parte, en su obra Tipos psicológicos,
Jung concluyó que la disposición individual que hace a la propia
personalidad humana preexiste como un factor en la niñez, es innata, y
no puede ser adquirida en el transcurso de la vida. Toda la tradición
astrológica está basada en este principio.
Desde fines del siglo XX, la perspectiva
psicológica de la astrología que iniciara Jung fue desarrollada,
refinada y sistematizada por sus continuadores, constituyendo hoy en día
la visión predominante y más sofisticada de la práctica astrológica:
autores como Dane Rudhyar, Liz Greene, Howard Sasportas y, más
recientemente, Richard Tarnas, quien le dio el nombre de astrología
arquetipal.
El trabajo de Tarnas, centrado
especialmente en astrología planetaria, correlaciona de manera precisa
los significados astrológicos tradicionales y contemporáneos de los
planetas con los arquetipos junguianos, presentando un modelo
interpretativo de múltiples capas. En este, los así llamados arquetipos planetarios
son comprendidos como 10 principios cósmicos que, a través de sus
continuas relaciones, se manifiestan en la realidad en múltiples
aspectos. Los movimientos y alineamientos de los siete “planetas”
tradicionales (incluyendo el Sol y la Luna) y los tres planetas
descubiertos en la modernidad (Urano, Neptuno y Plutón) serían el
aspecto visible y macrocósmico de procesos arquetípicos que forman parte
del entramado mismo del Kosmos, o al menos de las estructuras creativas
profundas que configuran nuestro sistema solar. Los arquetipos, en
términos de Tarnas, muy bien pueden considerarse estructuras formativas y
principios que existían y se manifestaban antes de la emergencia de la
conciencia humana, e incluso, siguiendo al propio Jung, pueden también
considerarse la causa de la estructura misma de la conciencia humana.
Uno de los rasgos esenciales que los arquetipos planetarios presentan, de acuerdo a Tarnas, es su multidimensionalidad,
lo que significa que son principios que se expresan o manifiestan en
distintos niveles, grados o estados del Ser sin poder ser reducidos a
una sola dimensión de la existencia. En tal sentido, su manifestación
puede distinguirse en procesos psicológicos, mitológicos, artísticos,
instintivos, biológicos, físicos y metafísicos, individuales e
histórico-colectivos. Considerados de esta forma, los arquetipos
planetarios pueden ser vistos, como en la noción tradicional de la
Kabbalah, como principios que, en diversos niveles de la evolución del
Sistema Solar, presentan un proceso de despliegue cada vez más profundo y
multidimensional, el cual ya estaba presente potencialmente en su
naturaleza:
Se los puede
concebir en términos míticos como dioses o diosas (o como lo que Blake
llamó “los Inmortales”); en términos platónicos, como principios
trascendentes e Ideas numinosas; o en términos aristotélicos, como
universales inmanentes y formas dinámicas internas. Es posible
abordarlos al modo kantiano, como categorías a priori de la percepción y
la cognición (…) de acuerdo con Kuhn, como estructuras paradigmáticas
subyacentes que dan forma al pensamiento y la investigación en la
ciencia (…) al modo freudiano como instintos primordiales que impulsan y
estructuran los procesos biológicos y psicológicos; o a la manera de
Jung, como principios formales fundamentales de la psique humana,
expresiones universales de un inconsciente colectivo y, en última
instancia, del unus mundus. (Rirchard Tarnas, Cosmos y psique: Indicios para una nueva visión del mundo, 2009)
Por otra parte, los arquetipos planetarios son polivalentes,
lo que implica que cada uno de ellos puede manifestarse en cada una de
las dimensiones del Kosmos en múltiples aspectos, sin por ello perder su
propia unidad de sentido:
El arquetipo de
Saturno se puede expresar como juicio, pero también como vejez; como
tradición, pero también como opresión: como tiempo, pero también como
mortalidad; como depresión, pero también como disciplina; como gravedad
en el sentido de peso, pero también en el sentido de seriedad y
dignidad. (Richard Tarnas, ibid.)
Finalmente,
la astrología arquetipal de Tarnas se aleja de toda idea de
determinismo y fatalidad y se sustenta sobre su propia concepción de un
Kosmos participativo[2],
en el que los alineamientos planetarios que marcan el nacimiento de
todo ser humano y los procesos arquetípicos que siguen sucediéndose
durante la totalidad de la vida configuran tendencias y fuerzas que
pueden ser vividas y expresadas de formas muy amplias de acuerdo a
nuestro propio grado de conciencia de estas:
Cuanto más
rigurosamente comprenda uno las fuerzas arquetípicas que configuran y
afectan su propia vida, más flexible e inteligente puede ser su reacción
a la hora de tratar con ellas. En la medida en que no se tiene
conciencia de estas fuerzas, poderosas y a veces enormemente
problemáticas, se está más o menos a merced de los arquetipos, pues se
actúa de acuerdo con motivaciones inconscientes y con muy pocas
posibilidades de participar de manera cocreativa en el despliegue y
refinamiento de estas potencialidades. El conocimiento de los propios
arquetipos produce mayor autoconciencia y, por lo tanto, mayor autonomía
personal. (Richard Tarnas, ibid.)
En la última parte, recorreremos
simbólicamente los 10 arquetipos planetarios a partir de una síntesis de
sus significados esenciales, así como de sus correspondencias
arquetípicas en la mitología, la filosofía, las teorías científicas, los
símbolos oníricos, así como diversos sistemas esotéricos.
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